El alto rendimiento es un proceso complejo, tan complejo como definirlo con palabras.

Una reacción fisiológica dirigida en función de una acción deportiva depende de una sinergia compleja de variables tanto neurológicas como musculares como emocionales con un correlato bioquímico-mecánico, por resumir algunos aspectos de algo tan simple como un desplazamiento del cuerpo para dar un salto.

En la base de la pirámide se encuentra la adaptación metabólica que refiere al entrenamiento nuestras diferentes capacidades, como ser de resistencia anaeróbica, resistencia aeróbica, capacidad muscular (resistencia muscular) velocidad, potencia, etc.

En el medio de la misma encontramos los estados adaptativos, que valga la redundancia, es la adaptación que sufren nuestros sistemas (cardiológico, pulmonar, oseomuscular, digestivo, hormonal, nervioso, etc.) producto del entrenamiento metabólico anterior.

En la punta de la pirámide se encuentran los factores de rendimiento, que es el entrenamiento de transferencia directa sobre las características de la disciplina, en base a las conductas propias del juego o competencia: gestualidad técnica, desplazamiento, etc.

Cuando realizamos un ejercicio con nuestros deportistas se ejecuta un modo determinado en función de los factores de rendimiento, a más repeticiones generamos adaptación metabólica y a mediano / largo plazo mejoramos los estados adaptativos de los sistemas, y redefinimos lo postural como sistema integrador. Esta es la razón de la ubicación de cada fase de la pirámide.

Todos los factores de rendimiento están involuctados transversalmente en cada acción, por ejemplo: la reacción implica una fase previa de elasticidad y acumulación de energía potencial, dada entre otras cosas por la capacidad elástica, la amortiguación y la torsión. Por ejemplo un split de un tenista requiere de una amortiguación previa a una reacción.

Los factores de rendimiento refiere directamente a la acción puntual, la del día, lo metabólico implica entrenamiento, y el estado adapativo es salud.

Una de las razones por la cual muchos deportistas se quedan en el camino o padecen lesiones de manera crónica, es porque el entrenamiento en su etapa formativa (8 a 18 años) desconoce de la implementación del entrenamiento de las primeras dos fases de la pirámide expuesta. Por ejemplo un jugador de voley o de handball va a realizar miles de saltos durante su carrera competitiva, lo que implica un costo enorme para su estructura oseomuscular. Pagará un precio muy alto si, durante su infancia y adolescencia, no entrenó el  volumen, variedad y calidad necesario de saltos específicos.

El Alto rendimiento no es salud cuando se realizan tareas extremas sin el soporte esencial, un cuerpo entero, sano, desarrollado convenientemente bajo tiempos biológicos y espacio.

En el caso del deporte en la edad de desarrollo, vemos claramente el daño que sufren los deportistas adolescentes y juveniles expuestos a cargas que superan su capacidad de adaptación,  inevitablemente se lesionan y pasan a integrar la interminable lista de los deportistas frustrados.